jueves, 13 de mayo de 2010
viernes, 19 de marzo de 2010
EDUCACIÓN PARA LA SALUD. HÁBITOS E HIGIENE PERSONAL
El artículo siguiente va dirigido a orientar en la realización de un programa de hábitos personales e higiene personal en un grupo de niños/as de 4 años.
EDUCACIÓN PARA LA SALUD Y VICEVERSA
En este artículo, se repasa los indicadores de salud y su calidad, así como la forma de medir la calidad de la educación. Planteando nuevos indicadores de calidad tanto de la educación, como de la salud.
UNA FORMA ORIGINAL DE EDUCACION SEXUAL
Por si todavía no os lo han mandado por correo, ahí os mando la dirección de un video educativo, lleno de imaginación ¿Qué os parece? A veces educar se convierte en original y creativo
domingo, 10 de mayo de 2009
El amor como condición para poder educar
Pepa Horno Goicoechea Responsable del Departamento de Promoción y Protección de los Derechos de la Infancia Save the Children 13/12/2008
La paternidad y la maternidad son, con toda seguridad, uno de los mayores retos que una persona puede emprender en la vida, un reto para el que no hemos sido preparados ni formados, ante el que sólo contamos como referente con nuestra experiencia personal, experiencia que no siempre queremos repetir. Es una vivencia ante el que nos sentimos muchas veces solos y desconcertados.
Desde siempre definimos las familias en función de unos vínculos biológicos y una determinada composición, dando por hecho que dada esa combinación, el afecto vendría solo. Sucede así en la mayoría de los casos, pero no por la biología ni una determinada composición familiar sino por opción e implicación personal. En los últimos años ha sido necesario entender que familia la define no el quién sino el qué hacemos, las funciones que cumplimos. Quien cumple esas funciones, sea quien sea, se convierte en referente de su desarrollo del niño, en su familia.
Estas funciones son: generar vínculos afectivos, la función socializadora y la función normativa. Hace falta que la familia sea capaz de amar a esos niños y niñas, sea capaz de enseñarles a integrarse en la sociedad, y de enseñarles a aceptar y asumir como propios una serie de valores y normas. Y para lograr esto, hacen falta algunas cosas esenciales.
Hace falta tiempo. No podemos vincularnos a aquellos en cuyas vidas no estamos, y no sirve contar con el tiempo de calidad si no hay un mínimo de cantidad del que partir. Si no estamos, no somos referentes en la vida de nuestros hijos e hijas, y si construimos una sociedad en la que los padres y las madres no pueden estar junto a sus hijos e hijas, tendremos que asumir que a esos niños y niñas los están educando otros agentes sociales distintos de sus padres.
Es necesario no sólo querer, sino hacer sentir querido. Para construir vínculos no sirven las buenas intenciones, tenemos que hacer sentir al otro que es alguien especial, único, necesario en nuestras vidas y si ese alguien es nuestro hijo o hija aún más. Debemos expresar el afecto, no sólo sentirlo: decirlo, abrazar, besar, acariciar, tener detalles, decirles te quiero etc.
Hace falta entender que las normas y los límites no son mi derecho como padre o madre, sino el derecho de mis hijos e hijas para gozar de la oportunidad de un desarrollo óptimo. Son las guías que delimitan el camino que pueden seguir, que establecen límites para la protección física, la autonomía afectiva y la integración social.
Y hace falta coherencia. Educamos más en lo que hacemos que en lo que decimos, no es posible educar en aquello que no vivimos. Hace falta coherencia con nuestra propia vida, coherencia en la pareja y consistencia en el tiempo.
Y todo eso, sobre todo esto último, nos lleva una vida aprenderlo.
Desde siempre definimos las familias en función de unos vínculos biológicos y una determinada composición, dando por hecho que dada esa combinación, el afecto vendría solo. Sucede así en la mayoría de los casos, pero no por la biología ni una determinada composición familiar sino por opción e implicación personal. En los últimos años ha sido necesario entender que familia la define no el quién sino el qué hacemos, las funciones que cumplimos. Quien cumple esas funciones, sea quien sea, se convierte en referente de su desarrollo del niño, en su familia.
Estas funciones son: generar vínculos afectivos, la función socializadora y la función normativa. Hace falta que la familia sea capaz de amar a esos niños y niñas, sea capaz de enseñarles a integrarse en la sociedad, y de enseñarles a aceptar y asumir como propios una serie de valores y normas. Y para lograr esto, hacen falta algunas cosas esenciales.
Hace falta tiempo. No podemos vincularnos a aquellos en cuyas vidas no estamos, y no sirve contar con el tiempo de calidad si no hay un mínimo de cantidad del que partir. Si no estamos, no somos referentes en la vida de nuestros hijos e hijas, y si construimos una sociedad en la que los padres y las madres no pueden estar junto a sus hijos e hijas, tendremos que asumir que a esos niños y niñas los están educando otros agentes sociales distintos de sus padres.
Es necesario no sólo querer, sino hacer sentir querido. Para construir vínculos no sirven las buenas intenciones, tenemos que hacer sentir al otro que es alguien especial, único, necesario en nuestras vidas y si ese alguien es nuestro hijo o hija aún más. Debemos expresar el afecto, no sólo sentirlo: decirlo, abrazar, besar, acariciar, tener detalles, decirles te quiero etc.
Hace falta entender que las normas y los límites no son mi derecho como padre o madre, sino el derecho de mis hijos e hijas para gozar de la oportunidad de un desarrollo óptimo. Son las guías que delimitan el camino que pueden seguir, que establecen límites para la protección física, la autonomía afectiva y la integración social.
Y hace falta coherencia. Educamos más en lo que hacemos que en lo que decimos, no es posible educar en aquello que no vivimos. Hace falta coherencia con nuestra propia vida, coherencia en la pareja y consistencia en el tiempo.
Y todo eso, sobre todo esto último, nos lleva una vida aprenderlo.
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