domingo, 10 de mayo de 2009
El amor como condición para poder educar
Pepa Horno Goicoechea Responsable del Departamento de Promoción y Protección de los Derechos de la Infancia Save the Children 13/12/2008
La paternidad y la maternidad son, con toda seguridad, uno de los mayores retos que una persona puede emprender en la vida, un reto para el que no hemos sido preparados ni formados, ante el que sólo contamos como referente con nuestra experiencia personal, experiencia que no siempre queremos repetir. Es una vivencia ante el que nos sentimos muchas veces solos y desconcertados.
Desde siempre definimos las familias en función de unos vínculos biológicos y una determinada composición, dando por hecho que dada esa combinación, el afecto vendría solo. Sucede así en la mayoría de los casos, pero no por la biología ni una determinada composición familiar sino por opción e implicación personal. En los últimos años ha sido necesario entender que familia la define no el quién sino el qué hacemos, las funciones que cumplimos. Quien cumple esas funciones, sea quien sea, se convierte en referente de su desarrollo del niño, en su familia.
Estas funciones son: generar vínculos afectivos, la función socializadora y la función normativa. Hace falta que la familia sea capaz de amar a esos niños y niñas, sea capaz de enseñarles a integrarse en la sociedad, y de enseñarles a aceptar y asumir como propios una serie de valores y normas. Y para lograr esto, hacen falta algunas cosas esenciales.
Hace falta tiempo. No podemos vincularnos a aquellos en cuyas vidas no estamos, y no sirve contar con el tiempo de calidad si no hay un mínimo de cantidad del que partir. Si no estamos, no somos referentes en la vida de nuestros hijos e hijas, y si construimos una sociedad en la que los padres y las madres no pueden estar junto a sus hijos e hijas, tendremos que asumir que a esos niños y niñas los están educando otros agentes sociales distintos de sus padres.
Es necesario no sólo querer, sino hacer sentir querido. Para construir vínculos no sirven las buenas intenciones, tenemos que hacer sentir al otro que es alguien especial, único, necesario en nuestras vidas y si ese alguien es nuestro hijo o hija aún más. Debemos expresar el afecto, no sólo sentirlo: decirlo, abrazar, besar, acariciar, tener detalles, decirles te quiero etc.
Hace falta entender que las normas y los límites no son mi derecho como padre o madre, sino el derecho de mis hijos e hijas para gozar de la oportunidad de un desarrollo óptimo. Son las guías que delimitan el camino que pueden seguir, que establecen límites para la protección física, la autonomía afectiva y la integración social.
Y hace falta coherencia. Educamos más en lo que hacemos que en lo que decimos, no es posible educar en aquello que no vivimos. Hace falta coherencia con nuestra propia vida, coherencia en la pareja y consistencia en el tiempo.
Y todo eso, sobre todo esto último, nos lleva una vida aprenderlo.
Desde siempre definimos las familias en función de unos vínculos biológicos y una determinada composición, dando por hecho que dada esa combinación, el afecto vendría solo. Sucede así en la mayoría de los casos, pero no por la biología ni una determinada composición familiar sino por opción e implicación personal. En los últimos años ha sido necesario entender que familia la define no el quién sino el qué hacemos, las funciones que cumplimos. Quien cumple esas funciones, sea quien sea, se convierte en referente de su desarrollo del niño, en su familia.
Estas funciones son: generar vínculos afectivos, la función socializadora y la función normativa. Hace falta que la familia sea capaz de amar a esos niños y niñas, sea capaz de enseñarles a integrarse en la sociedad, y de enseñarles a aceptar y asumir como propios una serie de valores y normas. Y para lograr esto, hacen falta algunas cosas esenciales.
Hace falta tiempo. No podemos vincularnos a aquellos en cuyas vidas no estamos, y no sirve contar con el tiempo de calidad si no hay un mínimo de cantidad del que partir. Si no estamos, no somos referentes en la vida de nuestros hijos e hijas, y si construimos una sociedad en la que los padres y las madres no pueden estar junto a sus hijos e hijas, tendremos que asumir que a esos niños y niñas los están educando otros agentes sociales distintos de sus padres.
Es necesario no sólo querer, sino hacer sentir querido. Para construir vínculos no sirven las buenas intenciones, tenemos que hacer sentir al otro que es alguien especial, único, necesario en nuestras vidas y si ese alguien es nuestro hijo o hija aún más. Debemos expresar el afecto, no sólo sentirlo: decirlo, abrazar, besar, acariciar, tener detalles, decirles te quiero etc.
Hace falta entender que las normas y los límites no son mi derecho como padre o madre, sino el derecho de mis hijos e hijas para gozar de la oportunidad de un desarrollo óptimo. Son las guías que delimitan el camino que pueden seguir, que establecen límites para la protección física, la autonomía afectiva y la integración social.
Y hace falta coherencia. Educamos más en lo que hacemos que en lo que decimos, no es posible educar en aquello que no vivimos. Hace falta coherencia con nuestra propia vida, coherencia en la pareja y consistencia en el tiempo.
Y todo eso, sobre todo esto último, nos lleva una vida aprenderlo.
Educación para la salud
Dr. Antonio M. Redondo Romero 22/09/2007
La Educación para la Salud (EpS) es un proceso de aprendizaje planificado que pretende reforzar, mantener o eliminar determinados hábitos que influyen poderosamente en la salud de la población,
La Organización Mundial de la Salud (1983) reconoció que “si se enfoca la educación sanitaria desde un modelo participativo, y adaptado a las necesidades, la población adquirirá una responsabilidad en su aprendizaje y éste no estará centrado en el saber, sino también en el saber hacer. “
La Educación sanitaria se reconoce como una estrategia útil en la promoción de la salud, en la prevención de la enfermedad y en la orientación a pacientes enfermos.
Es una disciplina cuyas bases teóricas se asientan en cuatro bloques científicos: ciencias de la salud (comportamientos para mejorar la salud), ciencias de la conducta (psicología, sociología y antropología, que explican cómo se producen los cambios de comportamiento), ciencias de la educación (pedagogía, que permite facilitar el aprendizaje de un comportamiento) y ciencias de la comunicación (que permiten identificar como se comunican las personas). (Rochon, A. 1992).
La Asociación Médica Americana (AMA) recomienda estrategias clínicas para mejorar la salud y el bienestar de los chicos y chicas, a través de la acción preventiva, tanto primaria como secundaria. Sugiere que los médicos y otros sanitarios deberían intentar activamente evitar o modificar los comportamientos de riesgo para la salud, con asesoramiento sanitario a través de educación para la salud, consejos sanitarios y guías anticipatorias .
La Educación para la Salud se puede trabajar de forma individual o en grupo, con niños sanos o enfermos, con padres y madres, o con los propios pacientes cuando esos son mayores.
INFANCIA Y ADOLESCENCIA
Se considera que las acciones más eficaces de educación sanitaria son las desarrolladas en la infancia y en la adolescencia, ya que se actúa sobre individuos y grupos en períodos de formación mental y social, y por lo tanto son muy receptivos y capaces de adquirir conductas positivas de salud. Pero si hay alguien tanto o más receptivo de la información que tiene que ver con la salud infantil son los familias y, de forma especial, las madres. Por ello los adecuados conocimientos y actitudes sanitarias, adquiridos mediante educación sanitaria, son básicos a la hora de desarrollar cualquier programa de salud infantil; de hecho cuando esa información es mucho más fácil actuar con seguridad, se da menos importancia y se dramatiza menos en los momentos de fricción, al poder considerarlos como “normales”.
Aunque la madre sea, en general, la más receptiva, la educación para la salud hay que dirigirla a todos los miembros de la familia, desde los padres, los hijos, los abuelos o todas aquellas otras personas que estén en el entorno familiar, tengan o no lazos de consanguinidad.
Hay que saber escuchar, respetar y negociar y utilizar un lenguaje verbal o visual que transmita el mensaje de modo comprensible, y tener muy bien definido, en cada caso, los criterios para seleccionar los problemas de salud sobre los que se desea intervenir, ordenando unos objetivos educativos claros, realistas, factibles y coherentes con la realidad.
La Organización Mundial de la Salud (1983) reconoció que “si se enfoca la educación sanitaria desde un modelo participativo, y adaptado a las necesidades, la población adquirirá una responsabilidad en su aprendizaje y éste no estará centrado en el saber, sino también en el saber hacer. “
La Educación sanitaria se reconoce como una estrategia útil en la promoción de la salud, en la prevención de la enfermedad y en la orientación a pacientes enfermos.
Es una disciplina cuyas bases teóricas se asientan en cuatro bloques científicos: ciencias de la salud (comportamientos para mejorar la salud), ciencias de la conducta (psicología, sociología y antropología, que explican cómo se producen los cambios de comportamiento), ciencias de la educación (pedagogía, que permite facilitar el aprendizaje de un comportamiento) y ciencias de la comunicación (que permiten identificar como se comunican las personas). (Rochon, A. 1992).
La Asociación Médica Americana (AMA) recomienda estrategias clínicas para mejorar la salud y el bienestar de los chicos y chicas, a través de la acción preventiva, tanto primaria como secundaria. Sugiere que los médicos y otros sanitarios deberían intentar activamente evitar o modificar los comportamientos de riesgo para la salud, con asesoramiento sanitario a través de educación para la salud, consejos sanitarios y guías anticipatorias .
La Educación para la Salud se puede trabajar de forma individual o en grupo, con niños sanos o enfermos, con padres y madres, o con los propios pacientes cuando esos son mayores.
INFANCIA Y ADOLESCENCIA
Se considera que las acciones más eficaces de educación sanitaria son las desarrolladas en la infancia y en la adolescencia, ya que se actúa sobre individuos y grupos en períodos de formación mental y social, y por lo tanto son muy receptivos y capaces de adquirir conductas positivas de salud. Pero si hay alguien tanto o más receptivo de la información que tiene que ver con la salud infantil son los familias y, de forma especial, las madres. Por ello los adecuados conocimientos y actitudes sanitarias, adquiridos mediante educación sanitaria, son básicos a la hora de desarrollar cualquier programa de salud infantil; de hecho cuando esa información es mucho más fácil actuar con seguridad, se da menos importancia y se dramatiza menos en los momentos de fricción, al poder considerarlos como “normales”.
Aunque la madre sea, en general, la más receptiva, la educación para la salud hay que dirigirla a todos los miembros de la familia, desde los padres, los hijos, los abuelos o todas aquellas otras personas que estén en el entorno familiar, tengan o no lazos de consanguinidad.
Hay que saber escuchar, respetar y negociar y utilizar un lenguaje verbal o visual que transmita el mensaje de modo comprensible, y tener muy bien definido, en cada caso, los criterios para seleccionar los problemas de salud sobre los que se desea intervenir, ordenando unos objetivos educativos claros, realistas, factibles y coherentes con la realidad.
Entre el papel y la realidad... ¡educamos con lo que hacemos y no con lo que decimos!
Rosa Roura Palay. Dietista-Nutricionista y Educadora Social. (06/11/2006)
La cita, que es de un profesor que tuve hace unos años en la universidad, a mi modo de entender nos interpela y propone una reflexión -en este caso en relación a uno de aspectos importantes de la promoción de la SALUD- como es la ALIMENTACIÓN.
Es obvio que la Escuela es un lugar importante para la educación -y no solo para la adquisición y transmisión de conocimientos-, dado que la calidad e intensidad de la interrelación con los demás facilita, permite y propone modelos de conducta, valores y actitudes que por imitación, mimetismo, elementos emocionales, etc., el niño va integrando desde el inicio de su experiencia vital. Justamente porque es desde el inicio, cuando un niño llega a la escuela, trae ya incorporadas unas bases -si se me permite la expresión- sobre pautas, hábitos y comportamientos que después se contraponen, refuerzan, modifican en parte, o entrelazan con los aportados en la familia. Esto no sólo se refiere a la alimentación, pero ahora es el ámbito que nos ocupa y pre-ocupa.
Me mueve el objetivo y la convicción de que se puede mejorar la situación existente junto a la certeza de que cada uno de los elementos que intervienen cómo la escuela, AMPAS, papás y mamás, profesionales de la salud, de la educación y, por supuesto, empresas relacionadas, podemos aportar desde la experiencia nuevos elementos para hacerlo. Me brindo a iniciar este objetivo con mi aportación aquí y ahora.
Desde el conocimiento y la experiencia en el día a día del ámbito escolar y de la educación para la alimentación he observado cómo la distancia entre lo que se dice y lo que se hace resulta claramente excesiva.
Esta afirmación resulta válida tanto para la escuela cómo para el ámbito familiar.
Desde algunas escuelas se ofrecen sesiones formativas, charlas y asesoramiento a las familias; a través de las AMPAS en ocasiones se solicita asesoramiento y evaluación de los menús que ofrecen en su escuela; en el aula distintos talleres y sesiones prácticas dirigidas a pequeños y mayores intentan aportar recursos y habilidades en el mismo sentido y también desde espacios lúdico-culturales durante el curso se intentan promover actitudes y hábitos alimentarios sanos.
Desde espacios empresariales de restauración escolar conocí de primera mano también la experiencia de ofrecer a la escuela, además del servicio de Catering, Juegos Educativos e interactivos alrededor del tema alimentario.
Pero, ¿QUÉ se promueve y CÓMO se promueven desde el COMER de cada día, en la familia y en la escuela?
¿Se realizan desayunos sanos familiares? ¿Se consume verdura y fruta suficiente en casa y la consumen todos?
¿Qué meriendan nuestros niños, tanto si lo ofrece el catering como si lo ofrecemos nosotros?...¿Hay que comer más pescado? Y quién lo pone en el plato?
No abusar de fritos o rebozados, se recomienda, ¿quién observa las cocciones en el menú escolar?
Hay que masticar bien los alimentos: ¿a ver quién termina antes el plato y se gana el premio? … y el premio, ¿qué es?... ¿una fruta?...
Nada nuevo descubro, afirmando que la alimentación hoy es un tema complejo en el que intervienen intereses diversos y no siempre convergentes.
Los actuales ritmos y estilos de vida en la población comportan prioridades y valores en favor de delegar en los demás lo que nos compete y reclama atención: la ALIMENTACIÓN cómo parte de la SALUD de nuestros hijos, en la ESCUELA y en CASA.
Sólo hay que otear en el horizonte informativo diario para comprobar en que situación estamos respecto al tema (1).
Y así, la Industria alimentaria que nos facilita la vida a cada instante, las Empresas de Restauración colectiva que nos suplen en la tarea de alimentar a los niños, mayores, enfermos, etc., la publicidad constante que nos estimula a consumir sin tener que ocuparnos de nada…, y lógicamente la Escuela -también en el punto de mira- por ser una parte importante en la socialización y aprendizaje de los niños, resulta ser un eslabón valioso al que entiendo, hay que dedicarle tiempo, implicación y compromiso por parte de TODOS. Desde el cómo y el porqué en la elección de la Empresa que nos suministra el catering del menú escolar, pasando por el cumplimiento diario de lo pactado y la calidad de los ingredientes, no solo a nivel gastronómico sino nutricional, hasta el tipo de aceites usados en las frituras, la frecuencia y la diversidad de los alimentos y de las cocciones, propuestas.
A menudo la falta de menús específicos para los más pequeños, entre 3 y 6 años, limitándose a reducir la cantidad que se les sirve en el plato. La frecuencia de frutas y verduras frescas en oposición a al excesiva presencia de lácteos u otros, el exceso de carnes frente a la escasez de pescado, nos invita a estar responsablemente atentos y presentes en el tema.
La industria alimentaria y las empresas de restauración cumplen unos objetivos que son claros. Hay que saberlo y, como clientes que somos –no hay que olvidarlo- debemos proponer, mejorar, y supervisar aquello que conviene a nuestros niños.
Informarnos e implicarnos más en su alimentación es una forma de contribuir a mejorar su salud, pero también de proporcionarles recursos y habilidades, que les serán necesarios y útiles más adelante para su autogestión.
Los conocimientos para la vida, requieren y se nutren, no solo de conocimientos académicos -que también-, sino de saber y poder gestionar la propia existencia en cualquiera de los ámbitos de ésta.
Desde mi experiencia profesional y vivencial les aliento a ¡hacer mejor lo que decimos!
(1)- ver Estrategia NAOS, Encuesta de hábitos alimentarios de la población, Ministerio de Alimentación y Consumo, etc… en el ámbito estatal. A nivel autonómico existen los equivalentes para consulta.
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